jueves, 19 de enero de 2006

Cruzada o El Reyno de los cielos de Rydle Scott*

Sentirse que uno no es parte del mundo es el incómodo lugar de las ballenas, seres de sangre caliente en un universo donde todos los demás funcionan a sangre fría. Me refiero a aquellas experiencias estéticas que nos sacuden cuando una gran mayoría queda indiferente, y cosa peor apunta que aquello es un adefesio. Hablo en este caso de una película. Sucede que el año pasado salí de una de las salas del Cine Center fascinado por Cruzada o Kingdom of Heaven de Rydle Scott. En ese estado buscaba la mirada cómplice de otros para que sea un laudamos igitur, pero ahora, medio año después, navegando por los diversos comentarios, encuentro que la crítica se desboca divida, con una mitad que la considera mala película, argumentando principalmente en contra de la precisión histórica y la supuesta debilidad de la trama.

En este texto mostraré porqué una película como El reino de los cielos puede fascinar, punto por demás fundamental para aquilatar un filme. ¿O nos hemos olvidado qué es el cine?


Imagínese el lector –si no ha visto la película-, o recuerde aquél que la haya visto, que El reino de los cielos está basada en la época histórica de las cruzadas, agonizando ya el siglo xii, entre la Segunda y Tercera Cruzada, cuando Jerusalén estaba en manos de los cristianos bajo Baudolino IV, un rey leproso que debe usar máscara para presentarse en público, espacio de paz que se basa en la tolerancia (mantenida a toda costa contra los que gritan por la guerra). Suficiente ambiente para hacerla atrayente.

Pero las virtudes de esta película en realidad están esperando en otras partes de su estructura. Comencemos mencionando que el guión tiene líneas poéticas para la memoria, y aquí puedo recuperar un par de ellas que a mí me llegaron como dulces dardos. Recuerdo, por ejemplo, cuando Balian, el gallardo héroe protagonizado por Orlando Bloom, llega al Calvario, montaña en la que crucificaron a Cristo, con la esperanza de aliviar las penas de su esposa que supone arde en el infierno por haberse suicidado. La sorpresa es que no escucha ninguna voz sobrenatural ni nada que le revele que ese lugar es santo. Y entonces mentalmente le dice a su amada “¿Cómo puedes estar en el infierno si estás en mi corazón?”. Ahí, les aseguro que nadie debería quedar tranquilo en su butaca. Sacudidos como estamos por las cosas que se suceden en la pantalla, de repente vemos a Sybila, la hermana del rey, que llevada por la consigna de seducir al joven Balian lo busca; y cuando él sale a su encuentro con una vela encendida en la mano, ella le dice que no son los motivos del poder los que la han llevado a buscarlo, sino que “En el Oriente, entre dos personas que se aproximan solamente hay luz”. Momento en el cual ella sopla la vela y todo se oscurece para quedar iluminado por el amor.

Estos sucesos y las batallas, y la hermosísima escena con la que comienza la película, donde un monje y dos sepultureros están enterrando a la esposa suicida; y aquellas en pleno día, o las batallas nocturnas llenas de antorchas y fuegos, nos dicen que la iluminación es una de sus virtudes. La Jerusalén digitalizada es un logro, también lo es el vestuario, las armas, las armaduras, el arreglo de las habitaciones, el estudio de Balian, esos detalles que nos hacen sentir en el siglo xii, partiendo de Francia, cruzando la tierra de los que hablan italiano hasta llegar a la gente de otras lenguas. Tierra Santa, tierra apetecida por aquella extraña mezcla de metafísica, avaricia y poder que generaron las cruzadas.

¿Es demasiado importante en una película el rigor histórico? Las películas tienen que entrañar ficción, si no serían documentales. Tienen que maravillarnos y encender en nosotros el deseo de estar adentro. Mejor: tienen que meternos adentro. En ese mundo fantástico donde somos fisgones circunstanciales lo importante es la verosimilitud. Después los interesados irán a indagar la historia. Pero nosotros, los que estamos asistiendo a la película, queremos ser parte de ella.

Finalmente tengo que hablar de mis amores. ¿Qué es el cine si no nos enciende amores? La fermosa Sybila, no Eva Green, sino aquella Eva Green que hace de Sybila no puede dejar de enamorarnos. Su porte (el que le da la cámara), el rostro perfectamente adecuado al personaje, las joyas, los velos, ese carácter indomable y libre, dan a ese personaje el toque perfecto para que caigamos rendidos a sus pies. Amamos a la Sybila de Rydle Scott que nos conmueve cuando dice “Algún día te arrepentirás de no haber hecho un mal pequeño, para poder hacer después un gran bien”, base moral de la trama.

*Escribe: Gary Daher Canedo

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