sábado, 21 de enero de 2006

La joven con el arete de perla*

Muy pocas veces logro estar en el lugar y el tiempo correcto, pasa que llego tarde o de plano no llego. Hace un par de meses se Inauguró la quinta versión del Festival de Cine Europeo.

El Festival se iniciaba con una película española que ahora no recuerdo el nombre, pero como todo se retrasó, por la presentación de una Orquesta y un performance de Charles Chaplin… saltaron la película para presentar la que vendría luego. “La joven con el arete de perla”, una película de co-producción Luxemburgo/Reino Unido.

Pocas veces, y no lo digo con exageración, logro extasiarme viendo una película. Me pasó cuando vi Barry Lyndon, Bleu y Dreams; y me pasó al ver “La joven con el arete de perla”.Lo hermoso es que , yo no busqué ir… es como que la vida me regaló el evento… y yo que disfruto tanto de la pintura… y el cine.. y la Historia… Resulta que la película entera está basada en un cuadro, uno de los más famosos de la pintura flamenca del siglo XVII, “Girl with pearl earring” del maestro Johannes Vermeer, cuadro que es considerado como la “Monalisa del Norte”.


Yo no conocía mucho el trabajo de este pintor, porque la verdad que cuando se habla de la Escuela Flamenca los nombres que saltan son Rembandt y Rubens; pero sus discípulos también pintaban, y si bien Vermeer pintó tan sólo 40 cuadros, poco, comparado con los más de 700 que pintó Rembrandt, y era más bien un tipo hogareño (le plantó 15 hijos) quizá eso es lo interesante, que en la historia no se presenta el estereotipo del artista desbordado y afligido que sacamos del siglo XIX y que se repite en el cine con historias de pintores, músicos, poetas y literatos que se revuelven en la incomprensión de sus contemporáneos, que se entregan a romances apasionados que los llevan a la locura y al suicidio. Acá el director te muestra un Vermeer, que no es ungido como genio creador, sino que lo presenta en un rango más cercano al de un artesano.

El sentido estético es delicioso y la fotografía es impecable…te lleva directamente a los cuadros del naturalismo de esa época, en particular a los cuadros de Vermeer. Personalmente, yo sólo conocía un cuadro suyo, el de la criada en la ventana; y ese cuadro se reproduce en un momento de la película, quien no ha visto el cuadro no lo percibe ; pero quien lo ha visto se queda estúpido al ver la perfección con la que ha sido recreado.

La dirección de arte en conjunto con la fotografía son los puntos fuertes de esta película, que aunque es una adaptación de una novela, te lleva a un mundo distante en el tiempo, a un universo intimista delicioso, un siglo XVII holandés que más allá de su arte se presenta al desnudo con sus problemas sociales, con una burguesía fortalecida que anhela destacarse socialmente teniendo pinturas de famosos artistas en sus paredes; y el conflicto religioso entre la fe católica y la fe calvinista , siendo ésta última la que lleva al arte a reflejar un mundo apacible donde las mujeres hermosas llevan a cabo tareas sencillas y cotidianas; dignas de ser contadas y pintadas.

La luz, tal como lo fue en esa época para los pintores, es una protagonista más en la película. La famosa ventana de muchos de los cuadros de Vermeer es impecablemente idéntica en cuando a iluminación, realmente el director de fotografía, un Maestro.
El guión es maravilloso, la trama central se desenvuelve con dos protagonistas que hablan poco, pero dicen mucho. Esta es una de esas películas donde la lectura es más visual y gestual; y los actores (Colin Firth y Scarlett Johanssen) encarnan los papeles de una manera admirable.

Para los aficionados a la Historia del Arte, esta obra cinematográfica les resultará un tributo espléndido a Vermeer y al mundo que inspiró a los grandes maestros de la Escuela Flamenca.

El arte, la luz, la religión, el amor, el erotismo, la complicidad y la pasión son los temas que se mueven dentro de esta historia que narra la relación entre el maestro Vermeer y una sirvienta poseedora de un talento especial para entender el arte, capaz de tener una natural percepción de la luz, hecho que la convierte en la mejor cómplice e inspiración y modelo del pintor.

La película puede parecer lenta y quizá hasta se sienta que te la cuentan con frialdad; pero en realidad no lo es…Está llena de serenidad, el ritmo reposado de las imágenes, el silencio como elemento expresivo y de diálogo, los colores, los paisajes…la banda sonara… narran de una manera serena la historia, lo que facilita que apaciblemente las sensaciones te entren por los ojos y te recorran el cuerpo entero.Bueno, con todo lo que he expuesto sobre la película, pareciera que es una de esas películas sólo para ilustrados; pero no es así, la película puede ser disfrutada por cualquier persona que tenga la paciencia que implica entender que las emociones se pueden expresar con pequeños gestos y no necesariamente con diálogos y agitaciones.

El director Peter Webber, (aunque parezca increíble, esta fue su Opera Prima) tiene una rara capacidad para reconstruir a los artistas en su humanidad, tan trivial como la de cualquier otra persona, tal vez por la trayectoria como Estudiante de Historia de Arte y documentalista de TV. (según me contaron)

La capacidad de plantear el amor como una circunstancia de creación de espacios donde el otro pueda sentirse libre de ser él mismo y no sólo crearlos sino entenderlos y compartirlos, es impresionantemente expresada en escenas limpias, ingenuas y hasta infantiles… llenas de emoción… Particularmente en la escena en que Vermeer le perfora el oído a Griet (la sirvienta), para ponerle el aro de perla que luego plasmará en su pintura, es una escena largona, sin una sola palabra, pero que te estremece hasta el alma. El sacrificio, la comprensión, el agradecimiento, la complicidad, el apoyo, el amor, son expresados en esta escena…. Sin una sola palabra… Es una de las mejores escenas de la película.

Y sabiendo que es la ópera prima del Director, podría estar segura que Webber, dará mucho más para hablar y sin duda llegará a ocupar un lugar privilegiado en la cinematografía contemporánea.Por mi parte, ya estoy en campaña por encontrar la película a la venta en DVD, para mi colección.


*Escribe: Verónica Delgadillo

jueves, 19 de enero de 2006

Cruzada o El Reyno de los cielos de Rydle Scott*

Sentirse que uno no es parte del mundo es el incómodo lugar de las ballenas, seres de sangre caliente en un universo donde todos los demás funcionan a sangre fría. Me refiero a aquellas experiencias estéticas que nos sacuden cuando una gran mayoría queda indiferente, y cosa peor apunta que aquello es un adefesio. Hablo en este caso de una película. Sucede que el año pasado salí de una de las salas del Cine Center fascinado por Cruzada o Kingdom of Heaven de Rydle Scott. En ese estado buscaba la mirada cómplice de otros para que sea un laudamos igitur, pero ahora, medio año después, navegando por los diversos comentarios, encuentro que la crítica se desboca divida, con una mitad que la considera mala película, argumentando principalmente en contra de la precisión histórica y la supuesta debilidad de la trama.

En este texto mostraré porqué una película como El reino de los cielos puede fascinar, punto por demás fundamental para aquilatar un filme. ¿O nos hemos olvidado qué es el cine?


Imagínese el lector –si no ha visto la película-, o recuerde aquél que la haya visto, que El reino de los cielos está basada en la época histórica de las cruzadas, agonizando ya el siglo xii, entre la Segunda y Tercera Cruzada, cuando Jerusalén estaba en manos de los cristianos bajo Baudolino IV, un rey leproso que debe usar máscara para presentarse en público, espacio de paz que se basa en la tolerancia (mantenida a toda costa contra los que gritan por la guerra). Suficiente ambiente para hacerla atrayente.

Pero las virtudes de esta película en realidad están esperando en otras partes de su estructura. Comencemos mencionando que el guión tiene líneas poéticas para la memoria, y aquí puedo recuperar un par de ellas que a mí me llegaron como dulces dardos. Recuerdo, por ejemplo, cuando Balian, el gallardo héroe protagonizado por Orlando Bloom, llega al Calvario, montaña en la que crucificaron a Cristo, con la esperanza de aliviar las penas de su esposa que supone arde en el infierno por haberse suicidado. La sorpresa es que no escucha ninguna voz sobrenatural ni nada que le revele que ese lugar es santo. Y entonces mentalmente le dice a su amada “¿Cómo puedes estar en el infierno si estás en mi corazón?”. Ahí, les aseguro que nadie debería quedar tranquilo en su butaca. Sacudidos como estamos por las cosas que se suceden en la pantalla, de repente vemos a Sybila, la hermana del rey, que llevada por la consigna de seducir al joven Balian lo busca; y cuando él sale a su encuentro con una vela encendida en la mano, ella le dice que no son los motivos del poder los que la han llevado a buscarlo, sino que “En el Oriente, entre dos personas que se aproximan solamente hay luz”. Momento en el cual ella sopla la vela y todo se oscurece para quedar iluminado por el amor.

Estos sucesos y las batallas, y la hermosísima escena con la que comienza la película, donde un monje y dos sepultureros están enterrando a la esposa suicida; y aquellas en pleno día, o las batallas nocturnas llenas de antorchas y fuegos, nos dicen que la iluminación es una de sus virtudes. La Jerusalén digitalizada es un logro, también lo es el vestuario, las armas, las armaduras, el arreglo de las habitaciones, el estudio de Balian, esos detalles que nos hacen sentir en el siglo xii, partiendo de Francia, cruzando la tierra de los que hablan italiano hasta llegar a la gente de otras lenguas. Tierra Santa, tierra apetecida por aquella extraña mezcla de metafísica, avaricia y poder que generaron las cruzadas.

¿Es demasiado importante en una película el rigor histórico? Las películas tienen que entrañar ficción, si no serían documentales. Tienen que maravillarnos y encender en nosotros el deseo de estar adentro. Mejor: tienen que meternos adentro. En ese mundo fantástico donde somos fisgones circunstanciales lo importante es la verosimilitud. Después los interesados irán a indagar la historia. Pero nosotros, los que estamos asistiendo a la película, queremos ser parte de ella.

Finalmente tengo que hablar de mis amores. ¿Qué es el cine si no nos enciende amores? La fermosa Sybila, no Eva Green, sino aquella Eva Green que hace de Sybila no puede dejar de enamorarnos. Su porte (el que le da la cámara), el rostro perfectamente adecuado al personaje, las joyas, los velos, ese carácter indomable y libre, dan a ese personaje el toque perfecto para que caigamos rendidos a sus pies. Amamos a la Sybila de Rydle Scott que nos conmueve cuando dice “Algún día te arrepentirás de no haber hecho un mal pequeño, para poder hacer después un gran bien”, base moral de la trama.

*Escribe: Gary Daher Canedo

miércoles, 18 de enero de 2006

Mirar en los sesenta *

Las primeras películas de mi vida fueron en blanco y negro. A mis seis años el mundo se había multiplicado haciendo un espacio de luces y de voces: Joselito, Tarzán, Cantinflas, Clavillazo. Luego se desgranaron las películas del México rural, las protagonizadas por los hermanos Aguilar y el entrañable Fernando Soto “Mantequilla”, con aquellos caballos briosos y trajes elegantes de charro, guitarras, cohetes y mujeres rudas pero seductoras. Películas como aquella sobre la leyenda de Chucho el roto con Luis Aguilar o la terrible Sangre y Arena de 1941, basada en la novela de Blasco Ibáñez, no aquella del cine mudo (que no es mi época) cuando Roberto Valentino hacía furor, sino la versión de Rouben Mamoulian con la diva Rita Hayworth, quedaron para siempre en mi memoria, porque esas cintas eran las que llegaban al cine Roxy, cuyas altas paredes hacían soñar a los niños e imaginar cómo sería la película que adentro se estaba exhibiendo en aquel Roboré de fines de los sesenta.



El cine era entonces la maravilla, especialmente en Bolivia adonde la televisión –país bendecido en éste y en muchos casos- demoró en llegar. Se trataba de magia pura. Arrebatados por las imágenes, no reparábamos ni en los defectos que seguramente introducía la pantalla, hecha de una vetusta tela remendada y malamente fijada entre las dos vigas que hacían de bastidor. A falta de techo, el cine se proyectaba bajo las estrellas, a partir de las ocho y media, prevenidos de que la energía eléctrica solamente se mantenía hasta las once de la noche.

Al salir de la sala –así podemos llamar a aquel canchón con piso de tierra y bancos de listones que yo recuerdo enormemente extensos-, si la película era largo metraje, la gente se apresuraba para alcanzar a llegar a casa antes del implacable corte de luz que era preciso y puntual pues estaba gobernado por uno de los funcionarios del ferrocarril. Así la relación de la luz eléctrica y el cine hizo su entrañable relación en nuestras almas, más allá de la tecnología.

Al rodarse las cintas las películas sufrían uno o dos cortes por sesión, aquello era parte de la fiesta. Se encendían los faroles, mientras la gente zapateaba y abucheaba exigiendo la restitución. Para reparar las cintas los operadores cortaban parte de la película –algunos centímetros- que después venían a resultar joyas para los niños. Se trataba de los famosos pelis, que así llamábamos a los pedacitos de película que mostraban como en una transparencia imágenes fijas que cortábamos con cuidado, y que venían a engrosar nuestros tesoros, base fundamental del juego cotidiano y de nuestras apuestas en el suelo de tierra, a la sombra de uno de los tajibos de la plaza.

En aquellos remotos sesenta, el cine era la religión. Los niños, apretados contra el muro de una de las casas se narraban con cara circunspecta y ojos extremadamente abiertos, repitiendo los relatos de la servidumbre, las escenas de Drácula, la del famoso Christopher Lee que nuestros padres no nos dejaron ir a ver, pero que siempre nombrábamos, pues para decir que algo era extremadamente bueno, los niños decían “es superior a Drácula”, un vampiro, según me dijeron, que se nos presenta siniestro, seductor e impecable. Allí estaba entonces escondido el cine que nos estaba vedado, el de las películas prohibidas por exhibir algún trance de sexo supuestamente escabroso –hoy cualquier publicidad superaría las mojigatas escenas de aquellos tiempos- y el impresionante mundo del terror, que hacía a nuestras almas saltar hasta el abismo del miedo psicológico, fascinados, claro está, por el agujero de luz que se estacionaba detrás de las paredes del cine Roxy.

*Escribe: Gary Daher Canedo

miércoles, 11 de enero de 2006

CLOSER, una danza mordaz*

El problema de creer en el amor a primera vista es que siempre lo estás buscando.



Como pocas veces en el cine de hollywood, nos topamos con un trabajo de guión que es excepcionalmente impresionante. De una trama donde enamorarse y desenamorarse resulta tan simple como tomarse un mate, y que con facilidad puede convertirse en un aburrimiento, tenemos lo opuesto: una película que te tiene enganchado las casi dos horas y que no se cae en ningún momento, ni siquiera en la escena (bastante larga y caduca de plano contra plano) del chat.

El guionista - y obviamente el director lo hace posible- crea saltos narrativos en la historia hacia delante, atrás, a los lados, al aire, a no sé dónde, que hace que los personajes se muevan de una manera imprevista en un tema (relaciones de pareja) en el que existe un alto número de probabilidades de ser predecible. Idas y venidas que gracias a los diálogos (magistralmente construidos y amarrados), no te hartan y llegan incluso a provocarte la sensación de querer aún más o de imaginarte que aún viene más.

El guión es una danza exquisita(mucho hace el hecho de que el que adapató la obra de teatro al cine, sea el mismo escritor), un ballet perfecto, no sólo en las frases que salen de los protagonistas sino en la puesta en escena en la narrativa visual, en lo que se dice y lo que no se dice, en lo evidente y lo supuesto. Esto es clarísimo, por ejemplo, en la escena esa del club, en la que Alice (Natalie Portman) y Larry (Clive Owen) “juegan” a buscarse y desencontrarse. Juegan con la palabra verbal y no verbal en una coreografía alucinante, manteniéndote en un hilo de no saber si los personajes enganchan o no, sin quitarte la posibilidad de imaginar que sí o que no, y en la que no importa si sí o si no porque en cualquier caso te sorprenderías.

Es difícil, creo yo, o por lo menos exige bastante del director el hacer una buena historia de amor, una que no llegue a ser irreal , o demasiado casual. Difícil manejar el tiempo, porque por ejemplo en la vida real, enamorarte no te toma 2 minutos… pero en CLOSER sí… , el guionista nos convence de ello y el Director lo hace posible y verosímil.

He leído que el director ya tiene su trayectoria, en lo personal no había visto hasta ahora una película suya. Pero en esta película, las historias de amor que se dan, no suelen funcionar de edulcorante como suelen hacerlo siempre. Se utiliza mucho la sátira, no así la esperanza. Se percibe algo de Kubrick en la fotografía, y es fantástico. Los colores hablan, dicen… la metáfora visual te cuenta la historia sin predisponerte a las acciones. Giros dramáticos a cada instante, imprevistos, sorpresivos.

Hay una parte donde uno de los protagonistas se pregunta ¿porqué no basta el amor? Y a lo largo de la película el espectador se lo responde a través de una auto-observación constante, desde el inicio, desde el encuentro romántico de miradas de ese amor a primera vista entre Dan (Jude Law) y Alice, hasta las nuevas facetas de ese amor, la curiosidad, el miedo a la soledad, el tedio, la perversión, el deseo, el instinto, las ambigüedades que pueden existir en el amor, el egoísmo, la deslealtad, la verdades malas y las mentiras buenas y viceversa, e incluso la experiencia de la relación sin contacto físico de Internet o un club de striptease. Todo eso se mezcla y se confunde, se vuelve incomprensible, indescifrable y termina con la pureza preconcebida del amor.

La historia te deja con una sensación de la muerte de unas relaciones que aún no habían nacido, y deja a los personajes solos ante un inmenso vacío y dolor; y a vos te deja perplejo, ante el reconocimiento de tu propia experiencia con las relaciones interpersonales; y no es casual que en la película se repita con insistencia las secuencias con espejos, es eso… ver en vos mismo la naturaleza inmanente del ser humano y su relación con el amor, como es concebido actualmente. Hay mucho cinismo, crudo a veces, diálogos mordaces que no dejan de ser lúcidos y que desestabilizan al espectador en varios momentos de la película.

Es una película que vale la pena ver.

* Escribe: Verónica Delgadillo